Tendría unos quince años. Estaba sentada en una de esas fondas en las cuales una señorita no debería estar. En mi mesa alguien hablaba, uno con bastante pinta de croto por cierto, y contaba su último viaje al sur. Se había ido de mochilero. Mis ojos, abiertos a más no poder, trataban de visualizar los paisajes y personajes que revivian en cada anécdota.

Nunca iba a poder hacer algo así. Que lejos y dificil que parecía el futuro.

Ninguna rabieta o lagrimon lograban desarmar la barrera. Hacer dedo es peligroso, me decían. Extremadamente peligroso.

No me importaba. Yo quería ser mochilera.

Viajar… Ver la ruta desde la cabina de un camión. Llenarme de polvo en las banquinas. Tomar unos mates alrededor de un fueguito. Alegrarme al escuchar los primeros acordes de la guitarra. Andar mucho, aprendiendo historias, viviendo aventuras, descubriendo lugares. Llegar adonde jamás hubiera creído poder hacerlo.

Y un día me animé. Salí caminando hacia la ruta. Eran solo 11 km de distancia a recorrer, pero decidí no subirme a ese micro. Esta vez no. Me paré en la banquina, levanté mi brazo y encendí la mecha.

¿Nunca iba a poder hacer algo así? Había decidido dejar de una buena vez por todas de soñar mi vida. Había llegado la hora de vivir mi sueño.

Fueron muchos viajes que trajeron a otros viajes. Los caminos me condujeron a otros como yo. Caras donde reconocerme. Historias de las cuales seguir aprendiendo. Lugares y personas que forman y conforman lo que soy en este preciso instante.

Porque yo quería ser mochilera…

Y eso que aún no sabía la cantidad de sueños y de historias que pueden caber en una polvorosa mochila de 60 litros. No tenía ni idea lo grande que podía ser mi sonrisa ni lo abrigado de un abrazo en medio de una ventolera. Menos imaginaba toda esa gente dispersa por ahí, que con un vaso de agua fresquita o una anécdota te recuerda que no todo está perdido.

¿Cómo saberlo? Si solo es posible andando, prestando atención a las señales del camino, aprendiendo a cada paso, pateando cada piedrita, festejando cada metro recorrido.

Y acá estoy. Con algunos años más que esa nena con ojos de huevo frito soñando con posibles quimeras. Con algunas conquistas, con algunos fracasos. Con varios kilómetros de pasos y letras.Con amigos, una historia y un amor. Con nuevos sueños que se despliegan a cada paso.

Dejé de soñar mi vida. Soy mochilera. Y muy orgullosa de serlo.

 

María Virginia Bertetti
http://www.caraalsur.com.ar