Hace muchos años se me metió en la mente, el corazón y el cuerpo la fascinación por los viajes: cortos, largos, planeados, sin rumbo fijo, en grupo o sola… y necesité de cierto tiempo para tomar la decisión de empezar a recorrer el mundo.
Poco a poco descubrí que aquello que me impedía viajar era el MIEDO. Si, ¡así con mayúscula y negrilla porque eran infinidad de miedos!, preocupaciones pequeñitas que causan estragos en tu mente y que te paralizan sin que te des cuenta.
En mi cabeza iban y venían las preocupaciones: ¿qué voy a hacer con mi vida?, ¿vale la pena gastar mis ahorros en un viaje?, ¿a dónde iré?, ¿cómo guardar el dinero para que no se me pierda?, ¿viajar sola es buena idea?, ¿y si me enfermo, me accidento o me pasa algo?, ¿cuánto dinero es suficiente?, ¿qué pasará cuando regrese?, ¿y si no quiero regresar nunca más?…. eran miles de inquietudes y ni una sola respuesta a la vista.
Entendí entonces que estos miedos se basaban principalmente en la NECESIDAD de control, comodidad y seguridad con la que hemos crecido la mayoría de mujeres. Esas tres ideas que la sociedad, nuestros padres, profesores y hasta desconocidos nos han hecho ver como parte indispensable de la vida y que nosotras (sin darnos cuenta) las hemos aceptado como verdades absolutas. Verdades que nos han llevado a construir una muralla a nuestro alrededor, lo suficientemente alta y gruesa, para crear nuestro pequeño mundo en el cual podamos tener «control de lo que pasa en el entorno»; podamos comprar tantas cosas como nos sea posible para «facilitar» y hacer más cómoda nuestra vida y además, podamos sentir que estamos por fuera de todo peligro, que estamos seguras.
¿Cómo vencí mis miedos? VIAJANDO… suena ilógico pero si esperas a vencer tus miedos para viajar entonces lo más probable es que nunca lo harás. Tomé la decisión de ignorar todas las razones que en mi mente me decían «quédate en casa…aquí estas mejor que en cualquier otro lugar»… y seguí esa voz interna, ese instinto que me impulsaba a salir, a moverme, a recorrer y en definitiva, a derrumbar esas grandes murallas que me atrapaban.
El día que di el primer paso afuera de «mi pequeño mundo» me asusté, sentí miedo de enfrentarme al mundo que hay allá afuera, pero rápidamente empezó la emoción por descubrir ese mundo que hay allá afuera y la alegría por conocer nuevos caminos, rostros y culturas.
Después de miles de kilómetros, diferentes idiomas, culturas, personas y millones de instantes inolvidables me siento más fuerte que nunca, confío en mi misma y me conozco. Se cuáles son mis fortalezas, mis debilidades y cada día estoy más cerca de conocer mis límites. Hoy, algunos miedos persisten en algún rincón de mi ser, pero más que miedos son instintos de supervivencia que te ayudan en situaciones reales de peligro. Viajando he aprendido a escuchar mis instintos… ya no me paralizan, me ponen en movimiento.